Hoy, hace exactamente un mes, me separé de mi pareja con la que pasé 15 años de mi vida. ¿«No eres tú, soy yo»? Realmente fui yo, fue ella y fuimos los dos, tan simple y a la vez tan complicado como eso.
Nuestra relación empezó —como muchas veces pasa— en el último año de universidad. «Toda una vida por delante», y decidimos que queríamos pasarla juntos, compartir y luchar por lo que sea que quisiéramos en ese entonces. Otra vez, como casi siempre pasa, fue un asunto de timing: estábamos en el lugar correcto a la hora correcta, por lo que se sintió bien acompañarnos en la vida.
Pero la vida no es tan fácil como para simplemente decir «y vivieron felices para siempre», porque ese «para siempre» realmente no existe. El «para siempre» es una construcción que hacemos para pensar en ese periodo delante de nosotros que quién sabe cuánto dura y quién sabe cómo es. Puede ser feliz, triste, aburrido o simplemente comatoso; decidas o actúes consciente o inconscientemente, en estas cosas dejarte llevar o no decidir también es una decisión.
Creo que el problema es que los seres humanos somos sumamente complejos y nunca dejamos de cambiar. A pesar de que seguimos siendo los mismos y los cambios no le gustan a (casi) nadie, no somos la misma persona que ayer y tampoco queremos ni pensamos lo mismo que el día anterior. Yo pensé que estaba seguro de lo que quería y de lo que estaba haciendo, y de pronto me di cuenta que hace meses, quizá años, estaba volteando a ver un lugar que no era precisamente a donde iba; estaba en mí seguir caminando y llegar a quién sabe donde por inercia o discutir las cosas, llorar, sufrir y también crecer.
Es curioso ese timing del que hablaba; es una idea poderosa que rara vez cuestionamos. Estar junto a alguien a cierta edad donde se supone que deba pasar algo (casarse, mudarse juntos, tener familia, o lo que sea que cada quien quiera) es un argumento suficiente para hacerlo. A veces funciona, a veces no, a veces sólo funciona por un rato; y a veces, cuando no funciona, lo seguimos haciendo por inercia, porque «ya estoy aquí», porque hay que estar juntos «por los hijos» o por el famoso «qué dirán». Yo, a pesar de ser muy feliz en muchos sentidos, no lo era feliz en muchos otros, y darme cuenta me costó meses de lágrimas, enojo y frustración, pero una vez te das cuenta no hay marcha atrás, no hay cómo «desver» (la metáfora del árbol de la ciencia).
Y cuando una duda o una idea germinan en tu corazón sólo puedes hacer dos cosas: ignorarlo y vivir haciéndote lo más pendejo que puedes o enfrentarlo. De cualquier manera, el solo hecho de ser consciente de ese cambio hace que tu voluntad cambie, que esa voluntad de poder que antes te hizo pujar por cierta cosa ahora te haga pujar por algo más, aunque no lo tengas tan claro.
¿Qué hace alguien que es feliz (o cree serlo) pero cree que puede ser más feliz? Depende a quién le preguntes. Arriesgándome a ser soberbio diría que nadie hace nada, que es más fácil dejar pasar, seguir «bien» y llevar las cosas hasta el extremo, hasta que exploten y salpiquen a quien sea: pareja, hijos, familia, amigos… Al menos eso fue lo que aprendí de mis padres (me atrevo a decir que fue lo que hizo casi toda la generación anterior a la mía).
Yo no podía «desver» lo que vi. Siento que (ambos) podemos ser más felices y estar mejor aunque en este instante lo único que pueda ver sea tristeza. También es posible que me equivoque, y hay una buena probabilidad de que la felicidad real nunca pueda alcanzarse, que todo esté destinado a fracasar y que sólo estemos dando vueltas en círculos como perritos tratando de averiguar qué demonios estamos haciendo aquí. Es el eterno retorno que al final sólo da cuenta de que, hagamos lo que hagamos, realmente estamos solos y sólo en esa dolorosa soledad se puede buscar cierto grado de confort y felicidad.
Si tuviera que vivir esta vida una y otra vez, ¿cómo lo haría? O lo que es lo mismo: si tuviera que volver a hacer lo que he hecho (en general, no sólo en esto), ¿lo haría de nuevo? Realmente espero que sí, aunque un mes es muy poco tiempo para saberlo.