Ningún niño debe llegar a la edad de 15 años sin antes haber leído La historia interminable de Michael Ende. Las historias que ahí se leen y lo extrañamente familiar que nos resultan sus personajes y escenografías hacen de esta novela una herramienta básica para la maquinaria imaginativa que siempre hemos tenido integrada en nuestro cerebro y que algunos tenemos más afinada o atrofiada que otros.
Esta novela fantástica no nos muestra criaturas y situaciones de ficción comunes y corrientes, sino que la fantasía que utiliza va más apegada al esoterismo, la magia, la alquimia y otras doctrinas herméticas, que a su vez y misteriosamente, se parecen todas entre sí. Todavía más misterioso es el hecho de que esta novela, gracias a su temática, puede ser perfectamente ilustrada con cualquier obra de un autor competente que se haya llamado surrealista y, Remedios Varo —en especial Remedios Varo—, sería perfecta para esta tarea.
El psicoanálisis es de las pocas ciencias (aunque muchos todavía no acaban de aceptarla dentro de este ámbito) que nos da una vaga hipótesis de cómo es que los mitos en la cultura griega, maya, egipcia, etc. se parecen, pensando sobre todo en lo que Carl Jung llamó inconsciente colectivo. Según esta teoría, todos los seres humanos compartimos inconscientemente fantasías, miedos y anhelos, y es por esto que si bien existen diferencias marcadas en las culturas ancestrales, también hay muchísimos parecidos entre unas y otras.
Cuando miro la obra de Remedios Varo no puedo evitar sentir que ya la había visto antes (incluso lo sentí la primera vez que vi sus cuadros), y le atribuyo a este extraño fenómeno la familiaridad inconsciente que todos compartimos con las primeras imágenes infantiles y con los símbolos que nunca hemos visto pero que sabemos qué significan y que, aunque no podamos decirlo con palabras, nos conmueven de una manera inexplicable.
Según André Breton, que a su vez tomó el término de Guillaume Apollinaire, el surrealismo trata de hacer escrituras automáticas sin la intervención ni la censura de la razón, por lo que —al menos en teoría― las obras tendrían emociones más crudas y genuinas y, aunque al final Varo se deslindó de los surrealistas, su obra siempre fue mirada bajo este cristal, ya que en sus cuadros encontramos un mundo de sueños, símbolos, signos y fuerzas que escapan a la razón.
En cuanto a su vida, Remedios Varo realizó su obra madura independientemente de sus necesidades básicas, lo que le permitió ser más honesta con lo que quería pintar en vez de crear para vender. Sus obras son más bien un viaje interno hacia sí misma, lo que hablando de surrealismo nos lleva a los espectadores también a hacer ese viaje a nuestro interior, porque en lo más profundo de nuestro ser se encuentran desperdigados nuestros demonios jugando a dejarnos creer que nosotros somos los que los controlamos a ellos, y no importa qué es lo que veamos, si es algo tan onírico y simbólico, siempre irá atravesado por nuestro inconsciente, lo que indudablemente nos hará mirar hacia dentro de nosotros mismos.
En su obra Encuentro, por ejemplo, la mujer de mirada distraída que abre el cofre se encuentra con que dentro de él está también ella misma, incluso compartiendo el mismo vestido que porta en ese momento, lo que a mi juicio simboliza el esfuerzo por romper capa tras capa (el cofre) para encontrarse con la propia mirada en el fondo, y quién sabe si nos guste lo que veremos cuando nos encontremos; al menos parece que a la mujer del cuadro le es indiferente lo que encontró, tal vez porque se descubrió sin contemplarse, como lo demuestran sus ojos distraídos fijos en el horizonte.
La Mujer saliendo del psicoanalista es una mujer de cabellos platinados que con la delicada mano sostiene una cabeza por la barba, misma barba que vemos representada una y otra vez como elemento de virilidad a lo largo de su obra (virilidad represiva por cierto, como se ve en Locomoción capilar, donde con la barba un hombre hace prisionera a una mujer). La mujer del cuadro, además, carga una especie de canastilla con otras herramientas que parecen servir en el psicoanálisis: un reloj para retroceder en el tiempo, una llave para abrir las puertas del inconsciente, incluso unos ganchos que bien podrían servir para abrir puertas a las que la llave no tiene acceso, etc. En su vestimenta se ven unos ojos casi copiados de los suyos, sólo que miran hacia la posición contrario de los que encontramos en su cara, lo que podría ser una representación del otro yo. Por último, su boca no se ve, ya que su ropaje le tapa la cara, o ¿será que su ropaje (con los otros ojos) sí es su otro yo que la reprime y la censura?
Remedios Varo, a pesar de sus uniones y separaciones amorosas, fue una artista que vivió y murió en soledad. Como buena católica española, supo temer a Dios (la enseñanza básica la cursó en una escuela de monjas y su madre era una devota católica), y eso le agregó la dosis justa de culpa que toda mujer debe tener en una cultura machista y limitante. Tal vez eso influyó en su preferencia por los colores oscuros y las miradas apagadas de sus cuadros; tal vez sólo estaba proyectando la melancolía interna que sentía y que contrarrestaba con desplantes alegres y sociales de vez en cuando. Sea como haya sido, eso es algo que solamente la recién finada Leonora Carrington nos habría podido decir, porque fue ella la única a la que Varo dejó entrever realmente ese mundo interno que al resto de los mortales sólo nos mostraba en parpadeos que llamamos pinturas, pero como suele pasar con pinturas surrealistas, nunca hay una sola interpretación para un cuadro, lo que deja abierta la posibilidad e invita a que cualquier espectador juzgue por su propia cuenta.